Claro que, como la mayoría de las exquisiteces, requieren un pequeño training previo. Recuerdo en mi juventud, en Barcelona, en Las Ramblas concretamente, había un “colmado”, y en la vitrina, entre otras seleccions de quesos, algún fiambre, botellas y un sinfín de productos alimenticios ligeramente exóticos, siempre veía unas piezas extrañas, que luego supe que se trataba de mojama, huevas y otros salazones que nunca había probado, ni me apetecía lo más mínimo.
Ya treintañero, aterricé en el Sureste, Costa cálida, y territorio de salazones, aperitivos muy apreciados por los habitantes a esta altura del Mediterráneo. Pero quizá –o al menos eso me parece- el bonito es el más delicado de todos. Debemos considerar que, siendo una salazón, no está ni seco ni excesivamente salado.
No es fácil localizar una pieza en su punto exacto. Pero cuando se consigue, es una maravilla. Con un poco de tomate –ahora es el momento del raf-, algo de pan y un vinito que nos guste, es fantástico.
En la mi época dorada de treintañero, compartía frecuentemente aperitivos con Vicente, amigo y colega, y, en vísperas de su regreso a Madrid, le comenté:
-Vas a echar de menos el bonito.
-En Madrid tengo salmón. –Respondió rápido.
El salmón –y en aquella época más- es bueno, pero no es lo mismo.
Hay un libro maravilloso, que ya presenté en este blog, que nos ilustra sobre todo la clase de salazón.
Antes, los mismos de la pescadería solían separar las piezas que les parecían más apropiadas y procedían artesanalmente. Pero siempre los veías apartado insectos voladores con el trapo.
Bonito que se oferta en la página de Ricardo Fuentes
Los artesanos se transformaron en profesionales, y hoy existe ya una empresa -http://www.ricardofuentes.es/- que nos suministra estas gollerías. Entre el atún, los japoneses, los viveros, y demás preparados, es ya una multinacional, casi tan importante como la Coca-Cola. ¡Es broma!