“Del mar el mero y de la tierra el carnero”
Desde luego el mero tiene una carne dura y gustosa, e incluso la piel, bien tostadita, es de un sabor exquisito. Se alimenta de cangrejos, sepias y otras presas, lo que –supongo- ayudara para el sabor.
La primera vez que tuve conocimiento de la existencia de este pescado fue hace muchos años. En 1952 había comenzado a trabajar en una de las mejores pastelerías de Barcelona –El horno del cisne, pues según mi padre, para ser un buen cocinero había que saber de pastelería.
A media mañana, hacíamos una pequeña parada para almorzar y reponer fuerzas. Uno de los compañeros, desempaqueto un enorme bocadillo, lo abrió y lo puso encima de la pala para introducirlo en el horno, con la intención de que se calentara. Quedé sorprendido, pues el bocadillo consistía, además del pan, en dos rodajas de pescado ya frito.
-¿Qué pescado es ese?. Le pregunté al compañero.
-Mero. Me respondió.
Nunca pensé que alguien fuera capaz de comerse un bocadillo de pescado, pero el muchacho, cuando lo sacó del horno, ya casi crujiente, le quitó alguna espina, y se lo zampó de maravilla.
En aquella época, como pescado fino, lo único que sonaba era la merluza, el lenguado, y poco más.
Mi segundo encuentro con este pez, fue quince años después, cuando aterricé en el sureste. En el área de Cabo de Palos, el mero era –y sigue siendo pero menos- el rey.
En el Libro del Mar Menor, Murcia 1978, de Serafín Alonso, en la página 202, leemos:
“El mero de Cabo de Palos, hecho al horno, entero, con unas rodajas de tocino y vino blanco por encima, es algo exquisito”
Hoy –siempre simplificando- cuando conseguimos un buen ejemplar, lo cortamos en filetes o rodajas, según el tamaño, y, a la plancha, con unos ajos y guindilla fritos por encima, sin que falte un pellizco de perejil –algo queda de los viejos tiempos- y tenemos un plato que es una gozada.
Desde luego el mero es u rico manjar se mire por donde se mire
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